Nuestra Historia

Historia de Vistamar

Quien va lento, va sano y va más lejos (chi va piano, va sano e va lontano), son, a nuestro juicio, palabras que describen el espíritu de quienes han escogido vivir sin tanto apuro como un auténtico estilo de vida. Porque pareciera que solo cuando bajamos el ritmo nos damos el tiempo de saborear a fondo cada minuto, de hacer las cosas correctamente en vez de hacerlas a la rápida. De hacerlas aquí y ahora, disfrutando más del proceso que de la meta. Esto, de lo que estamos cada día más conscientes como personas, bien lo saben las uvas que dan vida a los vinos de Viña Vistamar. Todos ellos tienen su origen en sectores frescos, cuyo clima les permite disfrutar de un largo y lento período de madurez. Ya sea en la costa o en el piemonte andino, es en este proceso donde adquieren ese notable equilibrio y esos atractivos sabores con los que han conquistado los paladares de los amantes del vino desde sus inicios.

Vistamar nació en 1999 como parte de Viña Morandé, y se convirtió luego en la primera aventura de Morandé Wine Group. Su nombre refleja lo que estaba en la génesis del proyecto: brindar vinos que provinieran del fresco y costero valle de Casablanca. Literalmente, vinos con vista al mar. La idea inicial, bastante adelantada para su tiempo, fue del enólogo Pablo Morandé, fundador de la viña, quien años antes ya había descubierto el tremendo potencial del valle. Y concretó su idea pensando especialmente en las mujeres, que, en su opinión, preferirían vinos frescos, livianos y fáciles de beber.

Al poco andar, en Vistamar empezamos a buscar otros campos que nos permitieran contar con un origen de calidad para variedades tintas más tradicionales. En ese sentido, 2007 fue crucial para la bodega, ya que ese año Morandé Wine Group adquirió el fundo La Moralina, ubicado en plena pre-cordillera andina del Valle del Cachapoal, muy cerca de la bodega de Vistamar. Esta decisión no solo nos permitió validar nuestra apuesta por el frescor como la principal característica de nuestros vinos, sino también incorporar la DO Cachapoal, un segundo origen, cordillerano esta vez, pero con tanta identidad fresca como Casablanca. Con el proyecto tomando cada vez más fuerza, Cristián Carrasco se unió a la bodega para hacer allí una importante experiencia vitivinícola que lo llevaría a estar hoy a cargo de dirigir la elaboración de todos los vinos de Vistamar.

Cristián Carrasco, el enólogo

Si bien en Vistamar la elaboración de los vinos estuvo inicialmente a cargo de conocidos profesionales, en 2007 la renombrada enóloga Irene Paiva asumió la dirección enológica de la marca. Por su parte, en febrero de 2011, Cristián Carrasco, el actual enólogo jefe de Vistamar, se unió a Morandé Wine Group donde muy pronto pasó a formar parte del equipo enológico como segundo enólogo. Ello le permitió ganar amplia experiencia y compartir el desarrollo de los vinos que Pablo Morandé tenía a su cargo en la viña, especialmente sus premiados espumantes, y con Ricardo Baettig, el actual director enológico de Viña Morandé. A partir de enero de 2016, además de continuar con dichas labores, Cristián empezó a dar sus primeros pasos en la elaboración de los vinos de Vistamar. Este fue un proceso que duró alrededor de tres años, siempre trabajando junto a la enóloga Irene Paiva, para finalmente asumir, en 2019, el cargo de enólogo jefe en Viña Vistamar.

Los vinos

Con la idea de encontrar aquellos lugares de clima frío que nos permitieran obtener uvas de madureces pausadas y que transmitiesen una identidad de frescor a nuestros vinos, en Vistamar creamos inicialmente un acotado portafolio de tan solo tres líneas: Brisa, Sepia (nivel Reserva) y Gran Reserva. Este último rango, inicialmente compuesto por un solo vino –un ensamblaje de cabernet sauvignon y syrah del Valle del Maipo–, hoy ha crecido con fuerza y mucha identidad. Cada uno de los cinco vinos que hemos agregado expresan de manera notable sus orígenes y cada una de las cepas con las que están elaborados: dos tintos de Cachapoal Andes (un cabernet sauvignon y un carmenère) y tres vinos de Casablanca (sauvignon blanc, chardonnay y pinot noir), todos monovarietales.

La adquisición del campo La Moralina, emplazado sobre suaves lomajes de grandes posibilidades vitícolas, demostró el potencial que podían alcanzar allí las variedades tintas más tradicionales. Ello no solo debido a sus suelos cordilleranos, de origen aluvial, sino por las brisas que descienden cada tarde desde las montañas y crean un microclima de frescor único, especialmente en verano. La calidad de la fruta de La Moralina nos impulsó a crear una nueva línea que llamamos Corte de Campo. Partió inicialmente con un ensamblaje tinto de cabernet sauvignon y carmenère del sector Andes y otro blanco de chardonnay y viognier del sector Costa. Pero a partir de 2020 la línea incorporará otro Corte de Campo Costa, un ensamblaje tinto de syrah, cabernet franc y merlot que también proviene de Casablanca. 

Si bien inicialmente la decisión de plantar cepas tintas menos tradicionales en La Moralina pudo parecer riesgosa, hoy se muestra como un tremendo acierto. De allí salen hoy vinos jugosos y de ricas acideces de petit verdot y petite sirah que nos entregan tanto componentes de mezclas como vinos con identidad propia. De ahí que ya podemos anticipar que en 2021 volveremos a lanzar Enki, nuestro ícono que esta vez lleva el sello del espíritu joven y aventurero de Cristián Carrasco.